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viernes, 9 de agosto de 2019

Con arena en los zapatos


por Emilio Santamaría S.

Se cuenta la historia de un hombre que realizó la insólita hazaña de caminar desde Nueva York hasta San Francisco. Cruzó los Estados Unidos literalmente a pié. Un periodista que cubría la extraordinaria proeza, le preguntó cuál había sido la mayor dificultad que había encontrado para realizarla. Parece ser que la respuesta le fue fácil, porque contestó de inmediato: “Lo más difícil no fue el cansancio al final de cada día, ni el subir montañas, o caminar en medio del sofocante calor de los desiertos. Lo que casi me derrota fueron las pequeñas piedrecitas de arena que se metían en mis zapatos”.

  
Es bien sabido que nunca tropezamos con la montaña misma, ni siquiera con las grandes rocas que encontramos en el camino. Son esas pequeñas piedras las que nos acaban haciendo cojear y nos quitan el paso firme con que deberíamos avanzar por la vida. Piedrecitas como esos mal entendidos que producen innecesarias fricciones, como esos resentimientos que guardamos por años, como ese criticar a medio mundo hasta que se convierte en un hábito que nos hace ver todo con anteojos totalmente negativos.

 
Pequeñas piedras como la de no escuchar a los demás, pero pretender que todo mundo nos preste atención a nosotros. Como esas pequeñas deshonestidades que representan esos pequeños robos en la empresa en que trabajamos. No son nada grande, pero nos hacen perder el paso y ponen en peligro incluso nuestra propia autoestima.

 
Esas pequeñas piedras representan también el dejar para mañana lo que deberíamos realizar hoy. Y a base de postergar, acabamos por estar en situación de urgencia ese último día que significa la fecha fatal. Por eso vemos colas en los bancos presentando y pagando el impuesto “en el último momento”. Bien pudo evitarse todas esas angustias, pero hasta se buscan justificaciones como la de “siempre creí que darían una prorroga”


¿Qué podemos hacer con todas esas piedrecitas? Lo que hizo el hombre que recorrió su enorme país a pié: cuando detectaba una, se detenía y la echaba fuera. Sí, haremos muy bien en no tolerar que nos derroten. Haremos muy mal en acostumbrarnos a ellas, y permitir que acaben derrotándonos.

  
LO NEGATIVO: No percatarnos de lo mucho que nos perjudican “esas pequeñas piedras”

  
LO POSITIVO: Estar atentos y “echarlas fuera”. No tolerarlas jamás. 

 

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