por Emilio Santamaría S.
19 de Agosto de 2017
Ocurrió en la Ciudad de México, hace ya algunos años. Compartía yo una serie de conferencias con Og Mandino, el célebre autor de “El Vendedor más Grande del Mundo”, entre otros libros de éxito. Yo iniciaba el programa con una charla interactiva de hora y media, luego venía un coffee break, y el resto del programa estaba en manos del famoso personaje.
Trabajar codo a codo con él, fue una de las experiencias más formidables para mí. Y es que Og era en su vida privada, lo que uno esperaba de él después de leer sus libros, un hombre sencillo, tremendamente práctico, y con un deseo enorme de servir a los demás. Recuerdo que después de una de las conferencias en el H0tel Aristos, la sección de preguntas y respuestas con que culminaba su presentación se prolongó más de lo esperado.
El salón resonaba con las carcajadas y aplausos de setecientas cincuenta personas. Todos estaban felices, Og Mandino era muy ingenioso para contestar. La audiencia preguntaba y escuchaba fascinada las respuestas.
Nadie se percataba del reloj, ni yo que me sentía feliz de compartir en mi ciudad natal como conferenciante con ese verdadero genio de la motivación. El único incómodo era el encargado de arreglar los salones que esperaba con sus hombres para montar un desayuno para el día siguiente.
Hablé con Og. Y se dio por concluida la reunión. Pero se reanudó improvisadamente en el lobby del hotel. Todavía puedo cerrar los ojos y ver la escena. A las dos de la madrugada, el famoso Mr. Og, autografiando libros y platicando con la gente que hacía una interminable fila para saludarle.
Con una paciencia infinita colocaba su autógrafo en cada libro que le era presentado, y estrechaba la mano de cada uno que se la extendía. Era totalmente congruente entre lo que escribía y lo que hacía. ¿Creería usted en un hombre que le pidiera no tomar licor, y él mismo estuviera totalmente borracho? ¿Puede alguien pretender que sus empleados sean íntegros y honrados, si él mismo da muestras constantes de lo contrario? Hay un dicho popular que dice que lo que hacemos habla tan fuerte, que no deja escuchar lo que decimos.
Lo Negativo:
Creer que podemos engañar a los demás simplemente con nuestras palabras.
Lo Positivo:
Aprender el valor que hay en ser coherente entre lo que decimos y lo que hacemos.
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