Anabel González es Directora Senior de la Práctica Global sobre Comercio
y Competitividad del Grupo Banco Mundial.As first published by Project
Syndicate
CIUDAD DE WASHINGTON.
El referéndum para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea (brexit)
y las elecciones presidenciales en Estados Unidos han mostrado, entre otras
cosas, que la falta de confianza pública en la integración global va en
aumento. Esa desconfianza podría descarrilar los nuevos acuerdos comerciales
que están en proceso de negociación e impedir que se inicien otros en el
futuro.
El peligro implícito de este
escenario no debería subestimarse. El aislacionismo y el proteccionismo,
llevados al extremo, podrían poner en peligro el motor económico del comercio
que ha traído paz y prosperidad al mundo durante décadas.
Como exministra de Comercio de
Costa Rica, sé cuán difícil es para los países –desarrollados y en desarrollo
por igual– diseñar políticas comerciales que beneficien a toda su población.
Pero porque manejar los efectos de la globalización es complejo, no significa
que deberíamos rendirnos y desistir.
En el mundo en
desarrollo, el comercio ha generado un alto crecimiento y avances tecnológicos.
Según el Banco Mundial, desde 1990 el comercio ha
ayudado a reducir a la mitad la cantidad de personas que viven en situación de
pobreza extrema. Estos logros, aunque notables, no son necesariamente
permanentes. Si los países de ingreso alto cierran su acceso –y el de sus
consumidores– a los mercados mundiales, son los más pobres del mundo los que
más sufrirán.
El comercio prospera en un
entorno abierto de participantes que actúan de buena fe y regido por reglas
claras. A falta de esto, las fuerzas de la globalización pueden transformar la
cooperación en conflicto. Por eso los encargados de formular políticas deberían
concentrarse en cuatro ámbitos.
En primer lugar, los
países deberían desmantelar sus medidas proteccionistas, y comprometerse firmemente a no
implementar políticas que distorsionen los mercados mundiales.
Segundo, los países deberían
aunar esfuerzos para actualizar las normas internacionales que rigen el
comercio a fin de responder a las cambiantes condiciones económicas, y
tienen que implementar efectivamente los acuerdos negociados.
En tercer lugar, los países
e instituciones como la Organización Mundial del Comercio deberían
trabajar en conjunto para eliminar las barreras que aumentan los costos del comercio.
En particular, deben abolir los subsidios agrícolas, eliminar las restricciones
al comercio de servicios, mejorar la conectividad, facilitar el comercio
transfronterizo y la inversión, y aumentar el financiamiento para el sector.
Por último, y lo más importante,
los países ricos deberían respaldar los esfuerzos de los países en desarrollo
para integrarse más a la economía mundial. Visto el impacto del comercio
en la reducción de la pobreza, esto es un imperativo moral; es además
indispensable para la paz y la estabilidad.
Es claro que el comercio debe
generar beneficios para todos los países y para todas las personas, desde
aquellos trabajadores que sufren por los cierres de plantas en Europa o Estados
Unidos hasta los agricultores de subsistencia que se encuentran atrapados en
economías informales en África y Asia del Sur. Sin embargo, aquellos que
sugieren que el comercio es un juego de suma cero están simplemente evitando
referirse a las preguntas difíciles: ¿quién debería asumir los dolorosos costos
de los ajustes provocados por el comercio y las nuevas tecnologías? ¿Qué
políticas podrían facilitar que las personas desplazadas puedan buscar nuevas
oportunidades? ¿Cómo pueden los países mantener el crecimiento basado en la
productividad en una época de trastornos frecuentes y repentinos?
Los desafíos de la integración
global no son nuevos, pero tampoco pueden ser ignorados. Los encargados de
políticas deberían prestar atención a las enseñanzas de la historia económica.
Por encima de todo, deberían considerar que incluso durante periodos anteriores
de rápido cambio tecnológico, muchas más personas se beneficiaron del comercio
libre y abierto que de las barreras proteccionistas.
Ningún país en el mundo de hoy
puede aislarse de los bienes, servicios, capital, ideas o personas del
exterior. Más bien, los líderes deberían promover más comercio para incluir a
más personas. Para ello es necesario adoptar reglas internacionales para
gestionar la apertura y la interdependencia; establecer redes de protección social
más sólidas; invertir en innovación, educación y capacitación, e
infraestructura, y crear un entorno regulatorio más propicio para las empresas
y los emprendedores con el fin de fomentar un mayor y más inclusivo
crecimiento.
Ningún país puede generar prosperidad
a largo plazo para su población por sí solo. Mayor cooperación internacional e
integración económica son el único camino posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario